Derechos Humanos y Derechos de la Madre Tierra
por Bartolomé Clavero – En el discurso sobre los derechos de la Madre Tierra está produciéndose una confluencia de verdadero alcance entre culturas característicamente indígenas de simbiosis con la naturaleza de una parte y, de otra, el lenguaje de los derechos que ha sido ciertamente propio del colonialismo, pero que está en trance de descolonizarse tras la Declaración de Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas. Es sintomático que sea en esta fase de descolonización del lenguaje de los derechos cuando cobra pujanza el discurso de los derechos de la Madre Tierra. Puede ser para bien, potenciando derechos, y puede ser para mal, desactivándolos. Hay quienes están descalificando el discurso de los derechos humanos, en sí y en todo, como intrínsecamente colonial precisamente ahora que comienza a descolonizarse. Contraponen los derechos humanos a unos derechos de la Madre Tierra que supondrían deberes y sólo deberes para una humanidad por fin así, con la privación de derechos, descolonizada.
Recordemos Bandung, la conferencia de Estados asiáticos y africanos que en 1955 estableciera los fundamentos del Movimiento de Países no Alineados, movimiento empeñadamente descolonizador de un Tercer Mundo respecto a uno Primero, el occidental, y a otro Segundo, el soviético, según se hacían las cuentas en la época con notorio olvido del que entonces sería un Cuarto Mundo, el de los pueblos indígenas, que era realmente, en sus respectivos territorios, el primero. El asunto más polémico durante la conferencia fue el de los derechos humanos que se habían recientemente proclamado por la Declaración Universal de Naciones Unidas. Resultó extremamente polémico porque la China continental se empecinó en que se denunciaran por la conferencia como un último recurso del colonialismo para mantenerse con argumentos de liberación de las personas mediante la dominación de pueblos, una dominación que así se disfrazaba.
Ha de reconocerse que China tenía razón. Por entonces, en aquellos mediados del siglo pasado, los derechos humanos eran de hecho eso. Basta con releer el parágrafo segundo del artículo segundo de la Declaración Universal con sus eufemismos malamente encubridores de la continuidad del colonialismo: “Además, no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una persona, tanto si se trata de un país independiente, como de un territorio bajo administración fiduciaria, no autónomo o sometido a cualquier otra limitación de soberanía”. Fue Gran Bretaña la que propuso esta fórmula con el propósito claro de sostener su imperio colonial mediante el argumento de la participación de derechos que venía utilizando desde tiempos anteriores. China tenía en efecto razón, pero no toda la razón.
Afortunadamente, otros Estados de entre los reunidos en Bandung supieron apreciar que los derechos humanos, porque se estuvieran intentando utilizar para el mantenimiento del colonialismo, no se agotaban ni mucho menos en esta forzada función. Muy al contrario, los derechos humanos también y sobre todo ofrecían un arma pacífica para la más efectiva descolonización, aquella que mirase al mismo tiempo a la libertad de las personas y a la emancipación de los pueblos, considerándose lo segundo como necesario para lo primero. Este vínculo estrecho se postuló fuertemente en la conferencia de Bandung, aunque no se recogió de forma tan categórica por sus acuerdos. Éstos, en todo caso, se basaron en un firme respaldo a los derechos humanos comprendiéndose entre los mismos el derecho de libre determinación de los pueblos, lo que Naciones Unidas sólo aceptaría cinco años más tarde, en 1960. La misma China se vio obligada en aquella conferencia, la de Bandung, a abandonar su oposición abierta.
Los derechos humanos deben tanto o más a Bandung que a París, la ciudad donde se adoptó la Declaración Universal por unas Naciones Unidas que distaban de representar a la humanidad toda o ni siquiera a alguna mayoría. En Bandung se sembró el germen de unos derechos humanos descolonizados, de los derechos humanos actuales, de la actualidad presidida por la Declaración sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas. Es algo que no quieren ver quienes se han malformado en la ilusión de que la libertad de las personas puede reconocerse y garantizarse en situaciones de opresión o sujeción de los respectivos pueblos. Han sido tantos años de predicación de derechos humanos bajo tales presupuestos de fondo persistentemente colonialista que se hace difícil hacer valer fuera de sus medios la transcendencia de la Declaración sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas para los derechos humanos efectivamente por fin, gracias a ella, universales. Es algo que conviene no perderse de vista por parte alguna.
Los derechos de la Madre Tierra se plantean desde pueblos indígenas que por fin van abriéndose un lugar propio en el maremágnum de la comunidad internacional, lo que especialmente ocurre cuando pueden acceder a posiciones de autogobierno e incluso de gobierno con voz propia en los respectivos Estados, buena base desde luego para la acción exterior. No es casualidad que Bolivia sea ahora la principal rampa de lanzamiento de algo que quizás llegue un tanto tarde, pero que todavía resulta oportuno. La reciente Cumbre de Tiquipaya, Cochabamba, sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra, celebrada entre el 19 y el 22 de abril, presenta ante todo la significación de destacar la relación entre estos derechos de un sujeto simbiótico con la humanidad y la alteración climática que está amenazando su futuro, el futuro de las condiciones de vida de la humanidad misma.
El colonialismo impulsó y extendió una relación entre la humanidad y la naturaleza de signo depredador. La humanidad se enfrenta ahora con la necesidad de un pronunciado giro que ponga término a la depredación y cree condiciones para la regeneración. Frente a fórmulas probadamente insuficientes como la del desarrollo sostenible o el desarrollo humano, el reconocimiento de derechos a la naturaleza que, como tales, puedan ser defendidos ante instancias ya no sólo políticas, sino sobre todo de justicia tanto de pueblos como de Estados y también internacionales, pues no deben ser exclusivas de ninguna parte, tiene visos de resultar mucho más eficaz. Y responde a una posición bastante más humana de constancia de la simbiosis entre humanidad y naturaleza. Con todo ello, los derechos de la Madre Tierra pueden ser el motivo y la pieza que faltan para la fundamentación definitiva de los derechos verdaderamente humanos. Todo el lastre de matriz colonial podría así superarse.
¿A qué viene entonces, antes, durante y después de Cochabamba, un discurso que contrapone derechos de la Madre Tierra y derechos humanos? Ahora precisamente que la descolonización definitiva está arrancando, se resucita el argumento de la condición intrínsecamente colonial de los derechos humanos. Ahora se predica que ya ha pasado el tiempo de los deberes humanos por haber de sustituírseles por los derechos de la naturaleza. ¿Dónde queda la concepción indígena de la simbiosis entre la humanidad y su Madre Tierra? ¿Qué maternidad es ésta que exige obligaciones sin compartir derechos? ¿Tienen realmente sentido el discurso de los derechos de la naturaleza sobre el vacío de los derechos de la humanidad?
Puede haber motivos locales para la pretensión de que la época de los derechos humanos ya periclitó sin que ello conlleve la intención de atropellarlos, sino más bien de posibilitarlos. Por ejemplo, en Bolivia unas veinte familias acaparan las mejores tierras, con algunas poseyendo hasta doscientas mil hectáreas. Y son tierras generalmente arrebatadas en tiempos no lejanos a comunidades indígenas. El referéndum constitucional resolvió poner un límite de cinco mil hectáreas a la propiedad rural, pero la presión de organismos internacionales y de cooperación, los organismos que dicen defender derechos humanos, había llevado a declarar dicho tope irretroactivo, esto es no aplicable a las propiedades existentes.
No es casualidad que el actual Viceministro de Descolonización, Félix Cárdenas, sea el principal vocero boliviano tanto frente a las dificultades de recuperación de tierras para la dotación de comunidades y emancipación de personas como a favor de los derechos de la Madre Tierra. Hay explicación, aunque no justificación, para la contraposición.
Bartolomé Clavero es Vicepresidente del Foro Permanente de Naciones Unidas para las Cuestiones Indígenas. Publicado por ALAI, América Latina en Movimiento, el 17 de mayo de 2010, ver aquí….